jueves, 19 de octubre de 2017

Editorial del No. 11 de Razonamientos (tercer trimestre de 1999).

El pensamiento humanista secular contemporáneo pretende rescatar los ideales de los librepensadores que desde el siglo pasado llevaron adelante una lucha intelectual en muchos países para liberar a las instituciones de gobierno, a la enseñanza pública y a la vida ordinaria de los ciudadanos de la influencia no solicitada de las religiones organizadas. Cada nación muestra una historia diferente y es así de mucho interés la historia de los librepensadores en Argentina, que en muchas formas es paralela a la de los hombres de la Reforma, en México, algo que reseña Hugo Estrella en este número. Pero ese humanismo, que ahora lucha por mantener esas conquistas, y sobre todo por hacer frente a los impulsos irracionalistas del posmodernismo -ahora dirigidos en contra de la misma ciencia a la que pretenden calificar como una mera estructura social-, necesita reconocer sus raíces. ¿De qué manera el humanismo Renacentista y cultural de los siglos anteriores al XIX se transforma en una lucha liberadora del pensamiento humano en contra de la opresión, el dogma y el pensamiento mágico? Eso requiere estudiarse en una buena visión histórica del desarrollo del humanismo y sobre todo de la aparición de una actitud humanista en lugar de una supernaturalista, como también lo describe aquí Francisco Camero.


Mario Bunge, ese incansable soldado de la razón, propone que esa actitud humanista vaya más allá del análisis y la proclama de los valores del raciocinio, sino que se vuelva más militante y se convierta en una posición de intolerancia en contra de la charlatanería intelectual y el razonamiento descuidado o prejuiciado, sobre todo si este asoma su fea oreja en el ámbito académico universitario. Hacerle frente a la anticiencia académica, basada siempre en la falacia dolosa, es una postura de defensa de nuestra civilización y de sus avances y de la posibilidad de que evolucionemos hacia una sociedad más libre y más justa. Es importante resaltar la conclusión de Bunge, quien nos recuerda que este ataque posmoderno contra la razón y la cultura moderna poco tiene que ver con la distinción entre izquierda y derecha. No se juzga la orientación política, sino la evaluación de la razón, la ciencia y el progreso.

El relativismo cultural, que se ha impuesto en algunas ciencias sociales, señala que no existe una verdad externa, en el mundo real, independiente de nuestras mentes y visión cultural, sino que todas las verdades que cada quien defienda son igualmente válidas. Con esa opinión no se puede hacer ciencia ni investigación ni juzgar los resultados de sistemas políticos que se saben irracionalistas, y que con toda mala fe se tratan de imponer al margen de análisis a la luz de la razón y la evidencia. Es necesario quitarle la máscara a quienes defienden este punto de vista como si fuera un caso de pluralismo cultural, y no un simple embuste utilitario.

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